Según el concepto de categorización social, las personas organizamos nuestro medio diferenciando a quienes se nos parecen de quienes no, agrupándonos así con los que reúnen ciertas características y apartándonos de los individuos con los que no nos identificamos. Sin embargo, y curiosamente, tendemos a ignorar ciertas diferencias entre objetos individuales si estos son equivalentes para ciertos propósitos y ciertas similitudes si estos son irrelevantes en relación con nuestras intenciones, creencias, o sentimientos.

Lo más llamativo de este proceso es la manera en la que adquirimos este conjunto de cualidades. Y es que ya podemos esforzarnos en labrarnos una personalidad propia, mejorar día a día o, simplemente, ser nosotros mismos, será inevitable encontrarse con tres fuerzas superiores concebidas y canalizadas, como no, por ‘LOS DEMÁS’: los estereotipos, los prejuicios y los juicios de opinión. Todos ellos presentan una clara e inequívoca relación con otros dos conceptos: el rol y estatus sociales.

Si consideramos nuestra posición en un grupo como nuestro lugar en el sistema, el rol asociado consiste en nuestra conducta esperada, siendo el status la valoración o prestigio que los demás miembros conceden a esta posición. Con lo cual, desempeñar un rol supone comportarse según unas pautas determinadas  establecidas socialmente y esto conlleva que establezcamos relaciones con los demás de forma relativamente predecible. Así se nos será atribuida una valoración y una imagen social que conforma nuestro estatus y nos sitúan, de este modo carente de intimismo, en un determinado lugar del que se extraen nuestras características esenciales y parten nuestras relaciones intergrupales.

Nos encontramos así con elementos diferenciadores como el trabajo y tareas que realizamos y nuestra competencia en su desarrollo, el poder sobre el grupo y el ‘contador’ de valoraciones positivas, o la riqueza, el conocimiento y experiencia, nuestra religión, el grado de implicación en la actividad social y nuestras características físicas en el enfoque más personal. Triste, ¿verdad?.

Lo interesante del estatus individual, es que se configura en base al estima que nos tiene un grupo; al prestigio, categoría y admiración  con que somos percibidos y evaluados por las personas, es decir, no depende de lo que uno cree ser o realmente es o hace sino de los juicios de opinión que los demás realizan.

De todos los roles sociales se espera una forma de comportamiento cuya falta de cumplimiento produce desorganización y trastornos. Las expectativas de la sociedad sobre algunos grupos, dan forma a imágenes sociales de las personas que comparten las mismas características de ese grupo e influyen negativamente en el rendimiento de los que conocen su teórica pertenencia a un colectivo sobre el que la sociedad en que vive tiene expectativas superiores a las que el propio individuo posee, fenómeno denominado por los psicólogos «la amenaza del estereotipo».

Si a todo esto le unimos el continuo nacer de prejuicios cuando se amenaza el estatus social de un grupo o ser (o por la mera inseguridad de habilidades y conocimientos personales) y la imposibilidad de desempeñar un rol de manera satisfactoria y feliz sin haber sido socializado (osease, educado e instruido a tales efectos… ¿sociedad orwelliana?) para aceptarlo como digno y apropiado, nos encontramos en una situación de conflicto cuando esas características no coinciden con la motivación individual, además de una cohibición, evaluación y estrés social que no permiten a la persona desarrollar todo su potencial humano, alcanzar su plenitud espiritual, sentirse realizado en su trabajo o disfrutar con firme entereza de la enorme amplitud de la vida… elijan.

Eso, al menos, si no renunciamos a las necesidades del ego y tenemos unas motivaciones humanas firmes,  sucumbimos a los miedos que éstas portan inherentemente o cultivamos relaciones tóxicas; campañas bien sencillas cuando se forma parte de una sociedad competitiva y deshumanizada, casi animal, como la actual.

Pero no se crean exentos de culpa, ya que en este mismo fenómeno para todos los demás, ‘LOS DEMÁS’, somos NOSOTROS.